Un tema de actualidad para empezar… Un año más, con motivo de las entrañables fechas que se nos avecinan, nos vemos envueltos en la vorágine navideña que llega con sus tradicionales villancicos, árboles, belenes, loterías, compras, comilonas, fiestas, anuncios de colonia, etc.
Como no podía ser de otra manera, nos sumergiremos (o nos sumergirán) en un periodo de especial significación por su componente emocional; reencuentros familiares, nuevos proyectos, sensibilidad hacia el prójimo, etc. Con tal cantidad de elementos no es extraño que este periodo del año sea especialmente señalado y alegre… ¿alegre? Así es al menos como deberíamos sentirnos o como dicen que deberíamos. La palabra felicidad inunda nuestro entorno con la llegada de la navidad, pero ¿a costa de qué?
Excepcionalmente, y muy por el contrario existen unos grupúsculos, unas ovejas negras que no disfrutan de este sentimiento sino que declaran su antipatía por la navidad o que directamente se ven entristecidos por la llegada de esta, ¿a qué se debe este incomprensible comportamiento?
Hace tiempo, mucho tiempo, que la histórica festividad del”sol invictus” o del solsticio de invierno fue capitalizada por intereses comerciales, como no. Desde entonces, la navidad dejó de ser un simple periodo vacacional, motivado por creencias trascendentales y el cambio de año natural, en el cual se celebraban meramente estos hechos y el júbilo de descansar algunos días. Con esto no quiero decir que anteriormente no existiesen los elementos emocionales relacionados con estas fechas, solo quiero señalar que éramos más libres de qué y cómo sentir. Efectivamente, los anuncios que consumimos, queramos o no, dejaron de vendernos turrón, lotería o tablets para vendernos sentimientos, que resultaron ser un indicador de éxito mucho más fiable que las características del producto. Así es, nos dijeron cómo nos deberíamos sentir y qué hacer para conseguirlo, fácil, adquirir productos que convirtiesen nuestro final de diciembre en una navidad “como Dios manda”.
Os preguntareis qué tiene que ver el hecho de que algunos comerciantes quieran identificar su producto a la vivencia de determinadas experiencias muy ajenas al producto (reencuentro, nostalgia, felicidad, solidaridad, etc.) con el bajo estado de ánimo que en algunas personas provoca, pues bien, es aquí cuando entran en juego uno de los elementos más decisivos del estado de ánimo en general: las expectativas.
Cuando se nos dice como debe ser nuestra navidad, no solo nos están ofreciendo la posibilidad de comprar emociones, se nos está diciendo cómo nos debemos sentir, es decir, se nos genera la expectativa artificial de cuan feliz debería ser un periodo que no es más que un puñado de días libres (bastantes, eso sí).
Señalan autores e investigadores tales como Abramson o Seligman, que el estado de ánimo se ve gravemente afectado cuando las expectativas creadas son traicionadas por una realidad disonante. Ejemplos: ¿qué hay de esas familias, que por el motivo que sea, no se reúnen en navidad? Chasco ¿Qué cara se nos queda cuando en lugar de nieve en las calles vemos todas las terrazas abiertas y la gente en manga corta? Gran chasco ¿y cuando vemos la cara del sobrino al que le regalamos aquel juguete que en la publicidad parecía una maravilla? Chascazo. En resumidas cuentas, la navidad en multitud de ocasiones no viene a ser esa festividad idílica que se nos ha vendido y, como colmo del despropósito, ni comprando los productos que nos prometen la felicidad, el reencuentro y la paz conseguimos que nuestra casa se parezca a la de los anuncios. Con este panorama no es extraño que algunas personas se sientan engañadas o decepcionadas con un periodo que “solo” se compromete con librarnos del trabajo y con comidas suculentas, factores objetivos que por otro lado no están nada mal, digo yo…
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